Me han dado un folio para que cuente mi experiencia…se queda corto. Desde el minuto uno de la acampada ya te sientes uno más de ellos, y sólo en el autobús de ida empezaron las risas.
Cuando llegamos, nos separamos
por grupos. Me tocó en el de Jaime Gómez…la cosa prometía. Al principio, me
sentí un poco sola, porque era la única niña de mi curso, pero cuando
comenzamos a caminar, mi forma de pensar cambió por completo; me integré
totalmente, es más, todos los de mi grupo hicieron sentirme como en casa.
¿Nos perdimos? un poco, ¿cogimos
atajos? pues también, pero lo único que se oía eran risas y se veían caras de
felicidad a pesar de de que llovía y hacía bastante frío.
Jaime se portó como un hermano
mayor con todos. Nos contó su vida, sus travesuras y se interesó por las
nuestras. Nos trató de igual a igual y hay muchos que no lo aprecian, pero yo
noté una bestialidad ese cambio de acampado-animador.
Lo bueno no estaba sólo en las
caminatas, lo mejor fueron los momentos en los que 18 animadores y 5 monitores
estábamos juntos.
La primera noche ya me dejó sin
palabras, ¿cómo en una sala, de unos 50 metros cuadrados, pudimos pasarlo tan
bien? Bailamos sevillanas, encontramos a nuestra alma gemela…y con lo que más
aluciné fue cuando 7 personas compartimos 2 tenedores para comer en una única
bandeja, y no hubo ni una queja ni un rechazo. Fue una forma muy bonita de
apreciar lo que se tiene.
Cuando al día siguiente nos tocó
cocinar me sorprendí una vez más ¡cocinamos en medio de una plaza! Es algo que
choca un montón y que no estás acostumbrado a ver, pero que con un fogón, una
olla y una sartén lo hicimos posible; unos riquísimos macarrones a la carbonara.
La noche del sábado superó con
creces la anterior, no sólo seguimos riendo y disfrutando como enanos, sino que
nos dieron una insignia muy importante para Aire Libre y para nosotros los
animadores, la pañoleta. Me emocionó pensar en el momento en el que Jaime me
colocó aquel pañuelo por el cuello y con un abrazo sentí que me decía “bienvenida
a Aire Libre”.
Cuando volvíamos en el autobús el
domingo, como cualquier niño que regresa de un campamento, pensaba: “no me
quiero ir, esto es lo que me gusta y aquí estoy a gusto”.
Esta experiencia la llevo muy
dentro y no la voy a olvidar nunca, no la cambiaría por nada y se la recomiendo
a todo el mundo. No hay dos acampadas de supervivencia iguales, por eso ya
cuento los días que faltan para la próxima.
Carlota Maireles
Rausell
1º animadores
2 comentarios:
¡Me ha encantado el artículo! Una pena no haber podido ir este año.
Lucía
macarrones a la carbonara??? no veas como han cambiado las cosas desde el colador-camiseta de toto, no??? eso ya no es ni supervivencia ni nada, hombreee!!! jajaaja! un artículo muy bonito, y una alegría saber q todo sigue funcionando igual o mejor q antes!!
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